Ladakh, donde la palabra aventura cobra vida.

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Todo apuntaba a un viaje diferente , cuando el avión despegó de Delhi en dirección Leh  y una tormenta eléctrica iluminó un  cielo repleto de nubles  grises.

Como si de fuegos artificiales se tratara, y visto desde la ventana de mi asiento,  en el vuelo de Go Air, el espectáculo  parecía algo tan ajeno e irreal que supe que era el principio de una experiencia realmente excepcional.

 

La tormenta quedó atrás y  tras el mar de nubes,  se abrió el cielo rosado del amanecer. 

Pequeñas nubes blancas, como algodones,  aparecían pegadas  a infinitas montañas  negras jalonadas por interminables cuchillas afiladas con nieves perpetuas y  glaciares en lo que parecían conos de volcanes.  Montañas y más montañas, a lo largo y a lo ancho de un paisaje eterno, inacabable, repetitivo, inmenso e  increíblemente bello, que me hacía  sentir muy, muy pequeña.

Sobrevolaba los Himalayas, la cadena montañosa  más alta del planeta, cuyo nombre significa “ morada de la nieve “.

Cuenta con más de 100 montañas que superan los 7000 metros de altitud sobre el nivel del mar, y 9 cimas que superan los 8000, entre los que se encuentra la montaña más alta del mundo, el monte Everest, con 8848 metros.

 

El paisaje se torna desértico, con montañas arañadas por la erosión del viento, y   surcadas por hilos plateados de agua, junto a los que la vegetación, crea grandes oasis que le dan un toque de vida al paisaje.

El piloto debe ejecutar con magistral precisión una maniobra de aproximación a la pista, bordeando una montaña, que ya  casi  me parece pequeña. 

Todo es árido, marrón, aparentemente estático y a la vez grandioso.


Aterrizar en Leh, es aterrizar en la luna.

 

Y no sólo por el paisaje, si no por la falta de oxigeno que se experimenta  al aterrizar  a más de  3500 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Tras pasar un rápido control de seguridad, y previa inscripción en el registro de visitantes del estado de Jammu y Cachemira, cientos de pequeñas furgonetas que parecen teledirigidas,  y coches esperan a un vuelo lleno de turistas llegados de cualquier lugar del mundo, pero mayoritariamente de otros lugares de la India.

Los rasgos de guías, personal del aeropuerto, choferes…, no son los hindúes que hay en otros lugares de la India. Son rasgos tibetanos, ladakis, que en algunos casos me recuerdan a la idea de los primeros mogoles llegados a la India. Caras curtidas por un sol que aquí está mucho más cerca, más brillante y más caliente.


 

Tras  un día de total descanso en el hotel para aclimatarme a la altitud  a base de té de jengibre, comencé con visitas tranquilas en los alrededores de Leh.

 

Los monasterios  o gompas, son  centros  religiosos y culturales  budistas, ( religión mayoritaria en  Ladakh ), que concentran el patrimonio de la región, manteniendo una vida dedicada a la oración y al estudio del budismo.


Los monasterios se hayan  en una posición alta, dominado  la zona  a la que dan nombre,en los que dependiendo del tamaño hay uno o varios  templos (uno principal ), habitaciones para los monjes, cocina, cantina para los  visitantes,  etc.

Las instalaciones  en las que los monjes hacen su día a día, como podéis imaginar son modestas, muy modestas,  y la alimentación vegetariana, básica, con grandes dosis de té de mantequilla, presentes en todos los rituales del día.

 

Participar de los rezos en un monasterio en Ladakh, es un acontecimiento prácticamente sublime.

Lo ideal es ir a primera hora de la mañana, y estar en el monasterio cuando amanezca. 

Voces graves y profundas  en majestuosa armonía  , hacen que sea fácil entrar en un plano más divino que terrenal, momento que se ve sólo alterado por los monjes más jóvenes correteando por el templo sirviendo té de mantequilla.

 

Después de unos días en Leh,  salimos  hacia el Valle Nubra.

¡No tenía ni idea de la belleza que ese día se presentaría ante mis ojos ¡

 

Cuando el chofer y el guía  me recogieron en el hotel y metieron mi equipaje en la maleta vi la válvula de una pequeña botella de oxigeno de emergencia

( que todos nuestros coches llevan en Ladakh) , por aquello del mal de altura.

No sé si esto me dio tranquilidad o me hizo ser consciente de la importancia del  paso que  nos disponíamos a  cruzar.

El paso de Kardung-La,  la carretera transitada más alta del mundo,  a  5600 metros de altitud sobre el nivel del mar. 

El ascenso es suave,  con algunas curvas amplias, y asfaltado en algunos tramos.

Hay varios  puntos desde donde admirar un inmenso y eterno pasaje circundado por los Himalayas.

Leh se pierde en un  horizonte  yermo, ya el que las casas son del mismo color que la tierra, y el paisaje se torna homogéneo, árido , excepcionalmente bello.

Pequeños oasis pegados al rio Indo, le dan una nota de verdor al paisaje, y al fondo, negras montañas con picos que no parecen muy altos, ( por que nosotros ya estamos a casi 3.800 metros de altitud ), cierran el espectáculo.

 

La carretera se vuelve más estrecha, sin asfalto, y los efectos del mal de altura  me producen una sensación extraña en la cabeza. El paisaje es inmenso, con nieves perpetuas y algunos glaciares.

La subida se me hizo rápida ante tan impresionante paisaje, y llegamos al punto más elevado del paso, donde la presión y la falta de oxigeno se notan, sin que en mi caso fuese nada importante. 


Allí, después de pasar el control “ fronterizo “, nos comimos unos noodels  bien calientes, en un “ garito” de chapa atestado de turista principalmente llegados de India, y tras la foto de rigor continuamos el descenso hacia el Valle de Nubra, para que evitar que el mal de altura, hiciera un efecto aún mayor. 

Al poco tiempo esa sensación incomoda que produce en la cabeza, se va pasando conforme bajamos. No se si por el descenso o por la extrema belleza del paisaje.

Nunca vi tal inmensidad, ni tanta pureza de líneas en un paisaje montañoso.


Colores verdes, ocres y morados formaban redondeadas montañas que caían sobre un valle verde de musgos en lo que los jacks campaban a sus anchas. Ni el más genuino de los pintores podría crear aquel cuadro, del que disfruté durante horas.

Después de una bifurcación de la carreta el paisaje se volvió más grandioso aún para mi sorpresa.


Hoy sé que en Ladakh hay paisajes que parecen pintados, y ese era otro de ellos. Los meandros del rio aparecían color plata entre un valle de gigantescas montañas escarpadas con esas lascas de pizarra que parecen estar todo el tiempo cayendo.

Al fondo, oasis, salpicados de casitas, difíciles de ver, mimetizadas en el entorno,  se perdían ante un valle increíblemente grande, paso de la ruta de la seda en su día , y en el que hoy todavía hay camellos bactrianos, ( los mismo que se usaban para el transporte de mercancías en dicha ruta ) .


Llegamos a Nubra,  y concretamente a un pueblecito en medio de ninguna parte, desde donde hacer las visitas de los alrededores.

 

Aquí hay bastantes hoteles, todos muy básicos, donde la electricidad tienen un horario limitado, los cortes son frecuentes, y el agua caliente, a veces viene y a veces no, lo cual se salva con inmensos cubos de agua caliente que el personal  del hotel deja en tu habitación  a la hora de la ducha.

Es sorprendente como con tan poca agua, uno se puede dar una buena ducha… ¡ahí lo dejo ¡

En este valle hay una  sola opción de alojamiento de lujo, que por supuesto garantiza, agua caliente  y electricidad las 24 horas del día, comida continental, y un mayordomo pendiente de tus  necesidades durante tu estancia. 

El complejo se compone de 8 tiendas tipo africano, con vistas al monasterio de  Deskit,  una tienda comedor, y otra como salón- recepción- sala de lectura y juegos, con todo lujo de detalle

Al día siguientes salimos para hacer la visita del Monasterio de Enza. Tras una hora y media de coche, disfrutando del paisaje, con paradas en pequeñas aldeas, subimos por una carretera serpenteante y estrecha paralela al rio, para una vez llegados a un punto, continuar el acceso a pie. El monasterio es pequeño y muy antiguo, con un solo monje que felizmente cuida del mismo, rodeado de “ la nada “.

 

Dejamos el valle de Nubra, para salir dirección al lago Pangong, nuestro próximo destino.

El lago Pangong es un lugar remoto…, muy remoto,  ubicado entre India, China y el Tibet.

Es un lago salado situado a 4250 metros de altitud sobre el nivel del mar, de 134km de longitud. 

Llegar hasta aquí, no es precisamente un camino de rosas. Tramos de carretera sin asfaltar, y otros… simplemente sin carretera, camino o  carril. Piedras y más piedras en una ruta, en la que algunos coches y sobretodo motos, tenían que parar y pasarlos a pie debido a que el agua del deshielo, provocaba arroyos y   arrastres haciendo  el camino  intransitable.



¡ A los que amáis la aventura, este es el lugar indicado! Os lo aseguro.


Llevar un chofer conocedor del terreno, no es importante… es vital.

Nosotros pasábamos por zonas en las que yo  pensaba que no pasaría ni  un tractor, pero él, con su maestría, seguridad, y sin perder la sonrisa, convertía un pedregal en una ..ruta por donde pasar ( dejémoslo ahí ).

Tras pasar por varios valles, donde caballos salvajes y marmotas comparte espacio, aparecen las cabras de lana pashmina pastando en pequeños rebaños, custodiados por mujeres curtidas por el clima y por la vida.

Vislumbramos la orilla de un lago en medio de montañas marrones de líneas curvas.

Banderas de oraciones,  y torres de piedras budistas( Toh ), a la orilla del mismo, le dan un toque de movilidad a un paisaje totalmente estático,

Era tarde y el cielo estaba gris. 

Llegamos a nuestro hotel, el mejor de la zona compuesto de 8  habitaciones  en forma de  tiendas, pero  con todo “ lujo de detalles “. 

Ducha con agua caliente, calefacción, una cama confortable, y vistas al lago.

La zona de recepción, zona de estar, y punto de reunión es una. En un lado una mesa  de comedor con un teléfono, y en la otra, una cubertería para el desayuno. Así, sin más.

 

Junto a la ventana, vi dos teléfonos, de esos que no tienen what´sapp, ni acesso a internet, y que solo sirven.. para llamar,  lo que me hizo pensar que algo “ raro “ pasaba en aquellos parajes.

Traté de hablar con  Delhi usando  mi tarjeta ladakhi, ( normalmente las tarjetas SIM del resto de India, no funcionan en los estados de Jammu y Cachemira, y conseguí una de la zona) , que tenia en mi

“ superteléfono iphone”,  de ultima generación, último modelo, con todos los microprocesadores del mundo, y que hace de todo….. y ni se conectó.

¡El teléfono  en Lago Pangong, sirve solo para hacer fotos ¡

Intenté hablar con aquellos teléfonos pegados a la ventana,moviendo los brazos como si estuviese poseída, y tratando de captar la conexión con algún satélite del espacio, de cualquier origen o procedencia. Y tras media hora de intento,  sólo pude decir: estoy en  el Lago Pangon..... y  después se hizo el silencio..

Por último y siguiendo mi  perseverante mentalidad occidental, pedí llamar  a Delhi  desde el teléfono fijo que había en la mesa, con la esperanza que aquel artefacto funcionase, costase lo que costase.

Descolgó el teléfono, me miró y dijo… no hay línea. Se dio media vuelta y se fue.

Traté de arrancar una explicación de alguien  del hotel y por fin uno de ellos me dijo.. no hay línea hasta mañana. Son las 9 de la noche, ya no viene. Si es algo urgente, puedes subir a una casa que hay a unos 15 minutos a pie, y desde allí tratar de llamar… pero no es seguro que puedas tener conexión.

Entonces  me vi a las 9 de la noche, de un frío día de Agosto, sin luces en el exterior, y con 0,5% de posibilidades de conectar con la civilización, y pensé que realmente no era tan urgente mi llamada.


Pasé un buen rato,  hablando con la gente local mientras cenaba. 

Agradecí no tener conexión con el mundo.

Por cierto la comida de 10.


Por la mañana me levante temprano, y me encontré con otro de los cuadros pintados que ofrece el paisaje Ladakh. 

El cielo era profundamente azul, las nubes extremadamente blancas, y el lago reflejaba todo esto, sin un ápice movimiento

Miraba y miraba sin dar crédito a lo que veía. Era una paisaje tan espectacular, que parecía una foto retocada.

Durante los dos días que estuve en Lago Pangon, los dedique a la “ contemplación “.

Paseos por la orillas del rio para ver los patos del Himalaya, largas conversaciones con  la gente local, que pasan  jornadas completas rezando mantras en los monasterios, haciendo pequeños trekkings a 4.500 metros de altitud, y disfrutando de la quietud del entorno.

El hecho de no tener conexión con el mundo exterior te hace vivir intensamente  el viaje.


 


De regreso a Leh, tomamos la ruta  a través del paso  Chang-La  a 5360 metros y considerada la tercera carretera transitada más alta del mundo. Al tener menos altitud que Kardung-La ( La- significa paso  de montaña - ), pensé  que la ruta seria más transitable, y nada más lejos de la realidad.

 

La carretera ( por llamarla de algún modo ) es un hilo serpenteante arañado en las montañas, en las que eso si, continuamente te advierte del peligro de desprendimientos. No hay quitamiedos, no hay asfalto, y si grandes precipicios que parecen no tener fin, además de muchos convoyes militares  que mantienen viva aquella ruta a la que por cierto, solo se puede acceder en verano.

 

Cuando llegué a Leh, pensé que estaba en la civilización.

Por último  y antes de volver a Delhi,  hice una de las visitas más interesantes del viaje.

El monasterio de Hemis, donde cada año se celebra uno de los festivales budistas más importantes de Ladakh, y donde se dice que Jesucristo estuvo en su peregrinar por el norte de la India y Pakistán en busca de conocimiento sobre otras culturas y religiones.

Al llegar al monasterio me dispuse a preguntar si aquella noticia tenia una base veraz, a lo que los monjes me respondieron que si, con una tranquilidad aplastante. 

De hecho dicen que hay una habitación a la que solo el Lama del monasterio tiene acceso, y en la que se guardan documentos  que indican que un profeta llegado de tierra santa, visitó el monasterio, proclamando la palabra del Padre y a la vez nutriéndose de conocimientos sobre el budismo y el hinduismo.

Según dicen , la última vez que esa habitación se abrió fue con motivo de la visita de un Papa cristiano. Esto me ha hecho pensar mucho e  profundizar en el estudio de este monasterio.

 

Para terminar el viaje,  visité el monasterio de Lamayuru, ubicado en un paisaje lunar, de camino a Uleytopko, conde las cabras azules de los Himalayas, endémicas de aquel lugar,  salpican como granos de arroz  las montañas redondeadas, de un paisaje sin parangón.

 

Así es Ladakh, interminable, inmenso, espiritual  y genuinamente bello.


Obdulia Bonillo. CEO Indo Destination